Parte de la respuesta a esto radica en nuestra capacidad de empatizar.
Los humanos somos relativamente débiles. La mayoría de los animales de nuestro tamaño son capaces de hacernos carne picada. Desarmados y solos, somos presa fácil.
Sin embargo, juntos, nos convertimos en una nuez muy difícil de roer. Es por eso que hemos desarrollado una afinidad profunda y sofisticada por el comportamiento social. Con el tiempo, eso se convirtió en cultura y en una sociedad recíproca. Una sociedad que maximiza el potencial de sus miembros es una sociedad más fuerte.
Y una muy buena manera de maximizar el potencial es aprender heurística. Si hay estrategias ganadoras para una situación, estamos predispuestos a querer llevarlas a cabo. Pero, ¿cómo ganamos la experiencia para hacerlo?
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Bueno, ahí es cuando entran las historias. Las historias nos permiten imaginarnos en situaciones que podrían ser mortalmente peligrosas. Eso nos permite practicar de manera segura lo que haríamos durante eventos que, si le sucedieran en la vida real a una persona no preparada, a menudo provocarían lesiones paralizantes o incluso la muerte.
Nuestra capacidad de empatizar es lo que permite esa identificación emocional, la sensación de estar realmente allí. Podemos ubicarnos mentalmente en una situación y, hasta cierto punto, usarlo para la práctica simulada. Un efecto secundario es la descarga de adrenalina y emoción que termina siendo adictiva. Esto es beneficioso porque nos enseña a buscar nuevas historias y así aprender nuevas estrategias exitosas.
Los libros también otorgan otro tipo de emoción, por supuesto. Son un estímulo intelectual y la naturaleza relajante y repetitiva de la lectura también puede servir como una forma de despejar la mente. Además, por supuesto, que la reacción biológica de la celulosa vieja, el pegamento y ciertos mohos emiten un alucinógeno leve.
Pero realmente, nos gustan las historias porque nos ayudan a prosperar.