Un libro. Y hasta la fecha es la pieza de ficción más gruesa de mi biblioteca: El conde de Montecristo.
Descubrí este libro por primera vez en la colección de mi padre cuando tenía nueve años. Habiendo leído principalmente libros de Enid Blyton y otros niños hasta ese momento, la obra maestra de Alexandre Dumas fue una revelación. La intrincada trama, que abarca múltiples generaciones y familias entrelazadas con riquezas inimaginables, capturó mi imaginación. Pero no fue solo la trama. Los personajes estaban ricamente diseñados y cada uno, desde el detestable Caderousse hasta el Conde más grande que la vida, se sintió tan real.
Más importante aún, el libro me enseñó varias lecciones importantes:
- El dinero y los títulos pueden conseguirte casi cualquier cosa.
- Información es poder.
- Lo que se siembra de recoge. Finalmente.
- La paciencia y la perseverancia pueden lograr hazañas increíbles.
- Y si tienes la paciencia y los recursos, vale la pena jugar el juego largo.
Aprendí la importancia de la improvisación. Aprendí el valor de la preparación. Las formas sutiles en que las personas pueden ser influenciadas y manipuladas. A medida que progresé en la vida, me di cuenta de que al mantener las lecciones que aprendí del Conde, podía seguir una carrera en litigios o convertirme en un charlatán. Ambos podrían hacerme rico, no tan rico como el Conde, pero sería algo. Pero el karma definitivamente no lo dejaría pasar.
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Así que elegí una carrera en educación. Donde el conocimiento es poder y en realidad me alienta a estudiar más. Donde soy libre de influir, inspirar y manipular las mentes jóvenes para ser lo mejor que puedan ser. Y cuando mis alumnos regresan con éxito, sonrío. El juego más largo, sin duda. Pero no hay sustituto para el inmenso orgullo que siento al verlos triunfar.
Hasta la fecha, no hay ningún libro, hecho o ficción que haya logrado capturarme e influir en mi vida como lo hizo el Conde de Montecristo.