Aquí está mi verdadera historia:
Crecí en una casa donde los mariscos rara vez se comían. Cuando aún era un niño, mi familia fue a un restaurante con mi tía, mi tío y mis primos. Mi tía y mi tío eran personas muy viajadas que comían todo tipo de alimentos, y entre los platos que ordenaron había uno con gambas. Me senté durante la comida disfrutando de lo que me era familiar y rechazando todo estímulo para probar esta comida desconocida que me parecía tan extraña y poco apetitosa. Finalmente, con solo dos langostinos, cedí y de mala gana tomé un pequeño bocado.
Oh! ¡Qué tierna delicia! Por supuesto, debido a que había esperado tanto tiempo, ahora solo me quedaba una de estas delicias para comer. Me prometí a mí mismo que, a partir de ese momento, siempre probaría nuevos alimentos de inmediato, y siempre cumplí esa promesa. Intento acercarme a otras áreas de mi vida con el mismo entusiasmo.
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