Condición sine qua non cuando finalmente empiezo a racionalizar mis estanterías de libros: estar de buen humor para despedirme de una parte de mi colección. Tengo que estar preparado para destruir y amputar. Primero reúno los libros, la compra que fueron errores: aquellos en los que nunca leí más de 10 páginas y nunca lo haré. Les siguen mediocres de ficción y no ficción con poco más que títulos interesantes.
A través de mi tarea sigo respetando la lógica de mi clasificación de libros de diseño propio. No puedo tirar a la basura novelas, colecciones de historias que pertenecen a mi canon literario personal. Como la definición de ‘canon’ puede cambiar, esa es la parte más difícil.
A pesar de mi día anual de eliminación de malezas, me doy cuenta de que mi colección sigue siendo desproporcionadamente grande. Quizás en el origen de esto está la idea de que mi hijo podría desarrollar un interés en mis libros o un reflejo de quién soy en un momento determinado.
He dejado de regalar libros o de llevarlos a tiendas de segunda mano, ya que solo pocas personas parecen estar interesadas y casi no obtienes dinero para ellos.
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He tratado de vivir en un entorno que contiene el mínimo estricto de cosas, que requiere poco mantenimiento. Fallé y olvidé vivir (lo que supongo) es el vacío japonés y se dice que limpia la mente estresada. En cambio, aprendí a tolerar una cantidad manejable de cosas a mi alrededor.