A veces uno necesita un descanso de la realidad, para mejorar la salud. La realidad se vuelve mundana, y la ficción ejemplar te lleva al mundo innumerable que teje con palabras bien escritas por un autor extraordinario. La ficción no es una farsa, y si bien es una falacia suponer que es una realidad, se pueden aprender lecciones de la ficción que nunca se pueden aprender de la no ficción.
La ficción tiene una sola limitación: tu propia imaginación. La alta ficción, como las maravillosas obras de Tolkein, Martin y Lewis, te enseñan los valores humanos fundamentales que cada persona encarna, y lo hace de una manera que te asusta, hipnotiza y sorprende.
Los creadores de fantasía son de una mente ejemplar, ya que deben crear un mundo completamente nuevo, completo con idiomas tan variados como sus pueblos y regiones. Tales obras lo alejan de la melancólica y mundana vida que vivimos, lunes tras lunes tras lunes.
La baja ficción, como las famosas obras de JK Rowling, en los libros de Harry Potter, nos deja hechizados con su precisión gramatical, la investigación y la historia de cada hechizo, personaje, familia y objeto. Uno aprende la lección del amor y la amistad a través de tales obras de ficción, transmitidas de una manera tan maravillosa con la que podemos relacionarnos, aunque el universo no existe. Nos muestra el valor del trabajo duro y la perseverancia, del amor, el coraje y la amistad. Nos muestra que incluso los detalles más pequeños importan, incluso los más débiles son capaces de una gran fuerza e incluso aquellos que consideramos impuros son probablemente los más puros entre todos.
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La ficción puede enseñarnos una lección de humanidad y valores que ningún otro género puede. Sin ficción, el mundo sería un lugar más oscuro. La ficción es esa lámpara en la oscuridad que nos llama, un anhelo de escapar de este oscuro túnel de la realidad y encontrarnos encarnados en un nuevo universo, uno de imaginación y fantasía, donde todo lo que tenemos que hacer es imaginar.